tiempo y color

Una nueva entrada a la colección de textos curada por Javier Soria Vázquez Unx por unx.

Por Mariano San*

Hace meses despierto en un cuarto que de a poco voy sintiendo mío, ha logrado envolverme entre sus altas y húmedas paredes. Debajo del piso de madera existe un sótano profundo, oscuro; repleto de escombros y materiales abandonados, debe ser ahí donde de verdad el tiempo no existe. De alguna manera siento que emana un resplandor mientras duermo.

Vivo en una suerte de pensión de más de cien años en el barrio de San Telmo. Un pasillo largo al que bordean tres casas iguales, mi cuarto está en la primera. Cada casa tiene dos niveles, sus sótanos y sus terrazas. Hoy salí a caminar sin destino por el barrio, me detuve mirando el césped musgoso que crece entre los adoquines de la calle y otra vez pensé en el tiempo. El gris y el verde. Lo viejo y lo nuevo.

Desde que llegué a Buenos Aires no he dejado de pintar montañas, tal vez sea una especie de autodefensa frente al hermetismo. Me gusta pintarlas gigantes, brillantes e infinitas; con sus cuevas de dioses y demonios, pensarlas como la alianza entre el cielo y la tierra. Supongo que en ellas también hay una enorme soledad, donde el ruido cesa y resplandece igual que mi sótano.

Cada vez me detengo más a pensar la vida antes de pintar. Buscar las formas y el color, para traducir el tiempo.

Al fin y al cabo para mí se trata solo de suspenderlo.

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*Nacido en San Miguel de Tucumán en 1989, es artista visual y músico.

**El registro de las obra de Mariano San es de Dante Salas.

la música

Texto escrito por Javier Soria Vázquez para la colección Unx x unx a partir de una entrevista a Aquiles Badi, a quien pertenecen las pinturas que acompañan, publicada en la revista Siete Días el 16 de septiembre de 1974.

Podría haber pintado
el tozudo estoicismo
de mi casa en Milán
entre el punzar de las llamas.
O el lomo plateado de la bomba que
como una ballena encallada
por años durmió en mi jardín.
Podría haber pintado
la fusta del hambre
con el pálido celeste
de una Italia devastada,
el accionar horrendo
y las contiendas
entre rojos y azules
con gris humo,
las escurriduras sobre los pocos
paredones en pie
con negro perileno y bermellón,
el aullido terracota
que expulsa un cuerpo
cuando se le desprende el alma,
o el expolio a familias enteras
que desfilaron encauzadas
por mosquetones
con tierra de sombra tostada.

Pero hasta de aquellos momentos
he tenido la capacidad
de desentenderme
del cuerpo
y huir.

Mi madre decía que yo nunca parecía estar despierto. Que mi rostro reflejaba la placidez del sol de todos los abriles. No tengo una explicación lógica para eso. Solo sé que por naturaleza tiendo a alejarme de las calamidades auxiliado por los recuerdos serenos de la infancia.

Los colores son muchas veces los mismos pero las formas son otras: más amables, más gratas, más armónicas, más acordes, más felices, más mansas.

Hoy he terminado una pintura que sé que siempre voy a evocar. No porque mi memoria sea excepcional sino porque he anotado todas sus características en mi libreta de recuerdos precisos: título, fecha de acabado, materiales, tonos predominantes, elementos compositivos, dimensiones y, por supuesto, el recuerdo que la ha engendrado.

Es otro sábado
Y la mujer coloca
un banquito caoba
en el bordillo de una vidriera
de Corrientes al 1200
que oculta después
de las diecinueve
detrás de la puerta
del hall del vasco.

Voluptuosa
se acomoda el vestido
desenfunda la vihuela
pellizca dos cuerdas
exhala un sol sostenido
inhala profundo
el aire del río
e inicia esa canción
que modula
y replica
durante
dos horas

Una furtiva lacrima
negli occhi suoi spuntò:
Quelle festose giovani
invidiar sembrò.
Che più cercando io vò?
M’ama! Sì, m’ama.
Lo vedo, lo vedo.

Un solo istante i palpiti
del suo bel cor sentir!
I miei sospir confondere
per poco a’ suoi sospir!
I palpiti sentir,
confondere i miei coi suoi sospir…
Cielo! Si può morir!
Di più non chiedo, non chiedo.

Ah, cielo! Si può morir
Di più non chiedo.
Si può morir, Si può morir d’amor.

la siesta

Una carta de Ernesto Dumit que se añade a nuestra serie de textos en primera persona Unx por unx. Cuenta Pablo Dumit que su padre le respondió estas líneas a un estudiante de arte alemán que le había escrito a través de su web personal, en busca de lo que el artista opinaba de su propia obra. Al dibujo original, dice Pablo, seguramente Dumit lo vendió, pero después hizo una réplica, del mismo tamaño y con la misma técnica. La pieza lleva el título de la muestra itinerante que reúne la última obra del artista y algunos rescates de los 70: «La siesta».

Mujer caja.

Estimado amigo:

Me complace que le haya interesado mi pintura, me dedico a pintar desde que me acuerdo en ésta mi ciudad –Tucumán– caliente, nada ordenada, yo diría algo rea, con muchas contradicciones y, por todo esto, apasionante. Sus calles se perfuman de azares en la primavera, los que se convierten en naranjas agrias en el invierno. También hay lapachos, los hay rosas, blancos y amarillos, son un verdadero espectáculo. Aquí está mi vida y mi pintura. Aquí está clavado mi caballete y ha sacado raíces que son mis raíces. Éste es mi lugar en el mundo. Un mundo que como el de cualquier otro artista se nutre de las cosas próximas y propias para llegar a lo que es de todos; mi pintura es diferencialmente personal, íntima en ocasiones, pero rebasa la anécdota local y sentimental para ser simplemente universal. Siempre he evitado la dispersión que puede matar al arte y que traen los viajes –el andar de un lado a otro– como buscando lo que, creo, está cerca o no está en ningún lado. En lugar de ello me he saciado con la luz que por las mañanas entra desde la calle en mi taller y se escapa por mi patio al caer el día, luz elemental del subtrópico.

Máscaras.

Si me pregunta cómo ubico lo que hago en el contexto del arte, le puedo decir que no estoy lejano al expresionismo, tengo un impulso indomable hacia el surrealismo, aunque híbrido, puesto que se arma con cierto automatismo pero con enormes dosis de magia latinoamericana, extrañamente embebida en la música de Beethoven. Esto me ha dado cierta libertad de vuelo donde mis ancestros árabes e italianos han expresado un dramatismo de medio tono, de semipenumbra. El amor y la muerte, la vida y el tiempo, los encuentros y los desencuentros carentes de tragedia pero no de dramatismo se pueden descubrir en mi obra. 

Entre mis férreas convicciones cuento con una que me ha permitido pintar desde siempre: la de que antes de hacer una pincelada, por mínima que sea, es preciso pensar en la vida. 

Le adjunto un dibujo hecho a mano alzada. Es una siesta, una siesta del pintor. Este dibujo es para ser leído, no solo porque he escrito palabras en él sino porque cuenta cosas. Léalo y comprenderá más de mí que lo que yo pueda decirle. Reciba mis saludos afectuosos.

Ernesto Dumit
Octubre 2002

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La siesta.