fragmento de un lugar

Sobre “Mi mundo es todo el mundo”, muestra de Geli González con curaduría de Alejandra Mizrahi y Aldo Ternavasio realizada en 2018 en el Museo de la Universidad Nacional de Tucumán.  

Por Gaspar Núñez

Vine al país halagado por las grandes promesas que nos hicieron los agentes argentinos en Viena. Estos vendedores de almas humanas sin conciencia, hacían descripciones tan brillantes de la riqueza del país y del bienestar que esperaba aquí a los trabajadores, que a mí con otros amigos nos halagaron y nos vinimos.

Todo había sido mentira y engaño.

En B. Ayres no he hallado ocupación y en el Hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos. Nos amenazaron de echarnos a la calle si no aceptábamos su oferta de ir como jornaleros para el trabajo en plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos daría habitación, manutención y $20 al mes de salario. Ellos se empeñaron hacernos creer que $20 equivalen a 100 francos […]

En Tucumán nos hicieron bajar del tren. Nos recibió un empleado de la oficina de inmigración que se daba aires y gritaba como un bajá turco. Tuvimos que cargar nuestros equipajes sobre los hombros y de ese modo en larga procesión nos obligaron a caminar al Hotel de Inmigrantes. Los buenos tucumanos se apiñaban en la calle para vernos pasar […]

Al fin llegamos al hotel y pudimos tirarnos sobre el suelo. Nos dieron pan por toda comida. A nadie permitían salir de la puerta de calle. Estábamos presos y bien presos.

A la tarde nos obligaron a subir en unos carros. Iban 24 inmigrantes parados en cada carro, apretados uno contra el otro de un modo terrible, y así nos llevaron hasta muy tarde en la noche a la chacra…*

***

Cuando en 2018, las autoridades de extensión universitaria anunciaban la muestra de Geli González y con soltura ceremonial decían inaugurar “el mes de la memoria y la mujer”, resonaba una sospechosa picardía almidonada. Cuando ahí mismo los espectadores ingresábamos a la segunda sala del MUNT, nos quedaba el gusto de una -también sospechosa- ingenuidad, ahora por parte de la artista.

Ella introdujo una traslúcida y opaca casa arquetípica en la penumbra de la sala central vacía. Sólo a partir de la luz difusa y mezquina que echaba desde su interior aquella casita, podía vislumbrarse lo demás. Este espacio incrustado dentro de uno mayor, llevaba el eje torcido respecto del otro; para su ingreso, uno debía volver sobre sus pasos al comienzo del recorrido y buscar la puerta escondida por detrás, al salir al patio. Ya adentro, restos cerámicos se repartían entre seis “camillas” de acero pulido de quirófano.

Con una suerte de matrioska arquitectónica, creo que Geli trae a cuenta un suceso determinante para la macropolítica provincial y nacional y, entonces, también para la imagen que Tucumán ofrece a quienes provienen de afuera.

Es sabido que la Casa Histórica de la Independencia fue demolida casi por completo a principio de siglo pasado, momento en que se construyó un templete con techo de cristal que albergara la única porción original que se conserva hasta hoy día: la Sala de la Jura. Es precisamente en ese periodo en que gana el mote de “casita de Tucumán” ante la verborragia turista.

Aquella superestructura, como una casa de casas o un museo de museos, operaba a partir de la generación de un espacio heterotópico con niveles de exclusividad e inclusividad. “Como si pudiéramos aislar un área de la realidad de la contingencia y de sus futuras modificaciones imprevisibles. El lenguaje de la promesa (y el lenguaje de la ley que la obliga) es un lenguaje que inmoviliza para dominar conociendo, pretende objetos estáticos deshistorizados”, dice Sepúlveda.** En este caso, el templete era una gradiente, una especie de bisagra entre lo sagrado de la sala y lo profano de la calle, o un puente entre lo hermético e inamovible del interior y lo abierto fluctuante del exterior, y así una larga seguidilla de duplas opuestas. Pero, sobre todo, su función primordial radicaba en la consolidación de un lugar silente, sin una historia que contar y que enmudeciera su ideología hasta que parezca que no es tal; donde el templete ya no fuera mediación sino vacío pleno, que, por contraste, destaque los aspectos augustos, honorables y fundamentales del adobe con tejas a dos aguas que permanecía exhibido: la Sala.

El templete funcionaba entonces a modo de una hipérbole que se enmudece a sí para que lo otro se pronuncie con mayor ímpetu. De forma similar el gesto de Geli, sólo que lo revierte en sentido inverso.  

Sala de la Jura dentro del templete, año 1916. Foto del Archivo de La Gaceta.

La artista apela a un ideograma universal para subrayar la anacronía y deslocalización de su concepto -la casa de techo a dos aguas- que parece no situarse en ningún tiempo ni pertenecer a una cultura en particular. La construcción temporaria de materialidad rústica –estructura metálica y liencillo crudo- se emplaza para, por contraste, creo, evidenciar la opacidad y espesura del espacio que la contiene y que diariamente sólo muestra su cara más superficial, luminosa y actual: el edificio del Museo de la Universidad Nacional de Tucumán, que antiguamente ofició de Hotel de Inmigrantes.

Dice Griselda Barale:

La arquitectura [que tradicionalmente se asocia a un proyecto duradero de firmeza y estabilidad en el tiempo] ha tenido y tiene otros modos de ser fugaz; en el teatro, por ejemplo. Desde la remota antigüedad arquitectos escenógrafos montaron y montan virtuales y fugaces ciudades, palacios, interiores de alcobas, despachos, templos y tribunales. Con talento ponen la apariencia y solidez de lo real en pro de la verosimilitud de la ficción; pero hoy los arquitectos trasladan la fugacidad del teatro a otros espacios ¿más reales? No, sino fuera de la representación escénica y en el ámbito de la presentación arquitectónica. Bares, locales bailables, negocios de todo tipo se montan bajo el concepto de la fugacidad, de futuro incierto.***

La precaria casita tipificada se emplaza en ese lugar en búsqueda de entablar diálogo con todo elemento accesorio de la arquitectura, todo elemento no concebido originalmente en el robusto proyecto edilicio: la pintura que sella y reviste el piso, el durlock que clausura los enormes ventanales que se nos presentan al rodear la sala por el patio, las placas de yeso que protegen los muros, las luces direccionables, etc. Siento que, en esta doble paradoja, echa sombras a la sala para desborrar lo que por exceso de luminosidad se ha vuelto invisible y nos encandila.

Si nos extraña lo intencionalmente desmedido, grandilocuente o totalitario de decir “mi mundo es todo el mundo”, con semejante sentencia, creo que Geli hace una invitación abierta a compartir parte de su intimidad. Sin dudas podría decir “mi casa es la casa de todos”, como alguna vez lo hubo de decir Francisca Bazán de Laguna al recibir a los congresales de la independencia en 1816; pero también, está diciendo que la casa de todos es su casa, como trágicamente lo escribe el trabajador austríaco que se alojó en el Hotel de Inmigrantes de nuestra ciudad hacia finales de mil ochocientos.

Veo en la invitación que hace Geli, una apertura radical de las fronteras afectivas y hasta legales que diseccionan el espacio. ¿Es posible imaginar un mundo que no esté regido por los límites inamovibles de las propiedades privadas que segmentan todo lugar de forma reticular?

Para Ingold, “los lugares son como nudos, y los hilos con los que están atados son líneas de caminantes. Una casa, por ejemplo, es un lugar donde estas líneas de sus residentes están fuertemente tejidas entre sí. Estas líneas están tan contenidas dentro de la casa, como lo están los hilos dentro del nudo. Ellas más bien dejan una huella que se extiende más allá, solo para quedar atrapadas con otras líneas en otros lugares, como sucede con los hilos de otros nudos”.****

Entiendo que esta obra de Geli indaga de forma arqueológica en la objetivación reduccionista en que se cimienta el concepto casa. Desenreda los nudos y desanda senderos para desplazarla del territorio individual, íntimo, doméstico, incluso femenino que se le asigna. Porque en ese ideal que se ha cristalizado firmemente a lo largo del tiempo, se hacen manifiestos sus propios límites. 

“Mi mundo es todo el mundo” pendula con aparente ingenuidad entre la ruina y la completitud. Lo frío, acético y quirúrgico no hace otra cosa que atender una fractura expuesta ejecutada con alevosía, la de los espacios.

Según Javier Soria Vázquez, la ruina es la superposición de pequeñas y grandes historias.

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* Extracto de carta enviada por José Wanza, inmigrante austríaco, a la redacción “El Obrero” el 26 de septiembre de 1891. Tomado de: José Panettieri, Los Trabajadores. Biblioteca argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad y Cultura/18. Centro Editor América Latina. 1982. Pp 101-104.

**Jorge Sepúlveda en “Obsceno y perverso (me asusta, pero me gusta)”. Texto de sala, 2008.

***Griselda Barale. “Arte Contemporáneo y arquitectura” en Cuestiones de arte, estética y psicoanálisis. Comp. Amira Juri. El Mono Armado Ediciones. 2011.

****Tim Ingold. “Contra el espacio: lugar, movimiento, conocimiento” en Revista Latinoamericana de Políticas y Acción Pública. Vol. 2 No 2. FLACSO Ecuador. Pp. 9-26.

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